Zamora vive estos días una auténtica pesadilla en sus
calles. Lo que en teoría debería ser un proceso de modernización y mejora de
infraestructuras, se ha convertido en una trampa diaria para conductores y
peatones. El exceso de obras ha generado un colapso sin precedentes en la
movilidad urbana, provocando atascos interminables, desvíos interminables y un
malestar generalizado entre la ciudadanía.
Calles
convertidas en un laberinto sin salida
Pocas son las calles del centro y de los barrios
periféricos que se han salvado de la vorágine de zanjas, cortes y desvíos. Cada
mañana, los zamoranos se enfrentan a un recorrido impredecible, donde las rutas
habituales están bloqueadas o han sido sustituidas por angostos pasadizos de tráfico
lento. La falta de planificación y la ausencia de señalización clara han
convertido la conducción en una auténtica odisea, generando no solo retrasos,
sino también enfados y estrés entre los automovilistas.
Las alternativas que se han planteado para sortear las
obras no han hecho más que agravar el problema. En muchos casos, los desvíos
llevan a calles aún más saturadas o, peor aún, a caminos sin salida. No es
extraño ver a conductores dando vueltas interminables en busca de una ruta
viable para llegar a su destino.
El
papel ausente de los agentes municipales
En medio de este caos, lo que más llama la atención es la
ausencia de agentes municipales que regulen el tráfico. Mientras los
conductores lidian con intersecciones colapsadas, semáforos que no dan abasto y
pasos estrechos donde la prioridad de paso se convierte en una lucha de
voluntades, la presencia de la Policía Municipal brilla por su ausencia.
Los ciudadanos se preguntan: ¿dónde están los agentes?
Porque, si bien es cierto que aparecen para multar con rigurosidad implacable
cuando algún conductor comete la más mínima infracción, resulta preocupante que
no se les vea cuando realmente se les necesita. Su labor debería ser garantizar
la fluidez del tráfico en estos momentos críticos, evitando atascos y
conflictos entre conductores que, frustrados, se ven obligados a improvisar sus
propias normas de circulación.
Negocios
y ciudadanos, los grandes perjudicados
Las consecuencias del colapso vial no solo afectan a
quienes conducen. Comerciantes han visto cómo la afluencia de clientes
disminuye drásticamente debido a la dificultad de acceso a sus
establecimientos. Vecinos de distintas zonas de la ciudad sufren cada día el
ruido, el polvo y la incomodidad de vivir rodeados de obras interminables.
Incluso el transporte público se ha visto afectado, con autobuses atrapados en
atascos y rutas alteradas sin previo aviso.
Una
llamada a la acción
Es urgente que el Ayuntamiento de Zamora tome cartas en
el asunto. La planificación de obras debe ir de la mano con una estrategia de
movilidad eficiente. No se puede permitir que la ciudad entera quede sumida en
un caos vial sin soluciones a la vista. Además, la Policía Municipal debe
asumir su papel en la regulación del tráfico y priorizar la asistencia en
puntos críticos para minimizar el impacto de esta situación.
Zamora no puede seguir rehén de su propio crecimiento. La modernización de infraestructuras es necesaria, sí, pero no a costa de paralizar la vida diaria de sus ciudadanos. Es hora de que las autoridades tomen conciencia y adopten medidas que devuelvan la normalidad a las calles.