En el corazón de San Torcuato, en Zamora, la calle de las
Flores albergaba en los años 80 uno de los rincones más emblemáticos para los
amantes del tapeo: la Bodega Ventura. Un lugar de encuentro obligado tanto para
zamoranos como para visitantes, donde el tiempo parecía haberse detenido entre
barriles de madera, tablones pegajosos de vino derramado y un aroma
inconfundible a historia y tradición.
Ventura,
el Alma de la Bodega
El alma de este icónico establecimiento no era otra que
Ventura, su carismático propietario. Siempre ataviado con su inconfundible peto
azul de tirantes y con el clásico palillo en la oreja, Ventura era una figura
indispensable en la escena del tapeo zamorano. Su presencia, su carácter
peculiar y su estilo inigualable al servir las tapas lo convirtieron en un
personaje querido y recordado por generaciones. Su uniforme, el peto azul de
tirantes, se convirtió en una imagen icónica que aún muchos recuerdan con
cariño.
Un
Tapeo Auténtico
La Bodega Ventura no necesitaba grandes pretensiones ni
elaboraciones culinarias complejas para conquistar a sus clientes. Su encanto
residía en la sencillez de su oferta gastronómica. Las tapas eran clásicas y
sin artificios: latas de pandereta con banderillas, tarros de cristal repletos
de aceitunas, latas de sardinas o sardinillas y, por supuesto, la gran estrella
del lugar: las latas de pandereta de anchoas. Un deleite para el paladar
acompañado por una buena copa de vino, una cerveza bien fría o algún refresco
para los menos atrevidos.
El
Ritual del Palillo
Uno de los gestos más característicos de Ventura era su
peculiar forma de servir las tapas. Con una naturalidad asombrosa, sacaba el
palillo de su oreja, pinchaba una anchoa, una banderilla o una sardina, la
servía en un platillo y, sin dudarlo, se colocaba el palillo en la boca
mientras cogía otro nuevo para repetir el proceso con el siguiente cliente. Un
ritual tan peculiar como inolvidable, que formaba parte del carácter único de
la bodega y que quedó grabado en la memoria de quienes tuvieron el privilegio
de vivir aquella época dorada del tapeo zamorano.
Un
Ambiente Irrepetible
El encanto de la Bodega Ventura no solo residía en sus
tapas y en su propietario, sino también en el ambiente que se respiraba dentro
de sus cuatro paredes. Barriles de madera servían como mesas improvisadas,
mientras los tablones del suelo y de la barra, impregnados por la humedad y el
vino derramado, daban testimonio de años de historias compartidas. Era un lugar
donde el bullicio de las conversaciones, las risas y el tintineo de las copas
creaban una sinfonía propia, una melodía que solo se podía escuchar en las
bodegas con alma.
Un
Legado que Perdura
Aunque los años han pasado y la bodega ya no es lo que
era, el recuerdo de Ventura y su peculiar forma de entender el tapeo siguen
vivos en la memoria colectiva de Zamora. La Bodega Ventura fue mucho más que un
bar de tapas; fue un punto de encuentro, un refugio de tradiciones y un
testimonio de la auténtica esencia zamorana.
Hoy, quienes tuvieron la suerte de disfrutar de aquellos tiempos recuerdan con nostalgia cada detalle: el sabor salado de las anchoas, la frescura de una caña bien tirada y la imagen entrañable de Ventura con su palillo en la oreja, atendiendo a todos con la misma pasión de siempre. La Bodega Ventura no solo sirvió tapas, sino también momentos inolvidables que quedarán para siempre en la historia de Zamora.