“Juventud a la intemperie: una generación sedienta de
sentido”
Queridos
lectores:
Después de muchos años compartiendo con ustedes reflexiones profundas, palabras de aliento y una mirada compasiva sobre la realidad, nuestro querido Padre Damián ha recibido una nueva misión pastoral en el extranjero. Le agradecemos de corazón su entrega, su sabiduría y su estilo tan cercano.
A partir de hoy, asumo con humildad y entusiasmo el
privilegio de continuar esta sección. Soy Sor María, religiosa y periodista, y
aunque mi estilo quizás traiga un aire distinto, un poco más moderno, tal vez
con zapatos cómodos y preguntas incómodas, les aseguro que compartimos el mismo
espíritu: el de servir, escuchar y acompañar desde la fe y el compromiso
humano.
Con ustedes, y para ustedes, aquí comienza una nueva
etapa. ¡Vamos caminando juntos!
Dicho esto, hoy os escribo desde la celda de mi convento,
donde cada mañana amanece con el tañido de la campana y la oración por las
almas del mundo. Mi pluma se inclina hoy hacia una preocupación que, como nube
densa, cubre el corazón de esta sierva de Dios: los profundos y crecientes
problemas que aquejan a la juventud contemporánea.
La juventud, que antaño era símbolo de esperanza y noble
rebeldía, parece hoy extraviada en un mar de incertidumbres, confusión y ruido.
Y no lo digo con reproche, sino con maternal compasión. Como periodista y como
mujer consagrada, he visto con claridad cómo los males modernos desdibujan el
alma joven, robándole el sentido de trascendencia.
1.
El vacío espiritual
El primer gran mal que contemplo es la ausencia de Dios
en sus vidas. Muchos jóvenes hoy no conocen el amor verdadero porque jamás han
oído su nombre en un silencio orante. En su lugar, buscan sentido en ideologías
pasajeras, movimientos sin raíces y una espiritualidad de escaparate,
desprovista de profundidad. El alma humana necesita eternidad, y nada en este
mundo puede llenar ese hueco. Como dijo San Agustín: "Nos hiciste, Señor,
para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti."
2.
La cultura del “yo”
El segundo drama es el egocentrismo moderno, alimentado
por redes sociales donde la imagen vale más que el carácter. El “yo” se ha
convertido en ídolo, y la comunidad en estorbo. No se enseña a servir, sino a
sobresalir. No se busca la verdad, sino la validación. Esta forma de vivir
fragmenta los vínculos, fomenta la ansiedad y deja a los jóvenes solos, incluso
cuando están rodeados de millones de “seguidores”.
3.
La pérdida de ideales
Muchos jóvenes han dejado de soñar con un mundo mejor
porque han sido educados en la desconfianza, el relativismo y la desesperanza.
Ven corrupción en los gobiernos, vacíos en las instituciones, incoherencia en
los adultos. Y sin modelos, sin santos ni héroes, se apagan las antorchas que
iluminaban el camino. Se requiere con urgencia levantar ejemplos vivos,
auténticos, que testimonien que la verdad, la belleza y el bien no están
pasados de moda.
4.
El sufrimiento silenciado
Aunque parezcan desinhibidos y fuertes, muchos jóvenes
cargan con heridas profundas: soledad, abuso, abandono, exigencias imposibles.
Algunos se autolesionan, otros se aíslan, muchos callan. Y el mundo les dice:
“Disfruta”, cuando lo que más necesitan es: “Te escucho”, “te entiendo”, “no
estás solo”. ¿Dónde estamos los adultos? ¿Dónde están las comunidades? ¿Dónde
está la Iglesia?
¿Qué
hacer, entonces?
Como Sor María, como comunicadora, pero sobre todo como
hermana en Cristo, creo firmemente que la solución no está solo en programas o
discursos, sino en testigos. Jóvenes no necesitan sermones vacíos, sino adultos
encendidos de fe; no necesitan más teorías, sino más abrazos sinceros.
Invito a todos, padres, maestros, religiosos, ciudadanos,
a no rendirse ante el dolor de la juventud, sino a caminar con ellos, con
paciencia y verdad. Mostremos que la vida tiene un sentido más allá del placer
inmediato; que amar es más importante que ganar; que vivir es más que
sobrevivir.
Y a ti, joven que lees esto, te digo: no estás solo. Hay un Dios que te ama sin condiciones, una comunidad que te espera, una misión que es solo tuya. Eres valioso, eres necesario, y sí: estás llamado a la santidad.