Provincia de Salamanca
Etapa 33: Trabanca – Villarino de los Aires
La
penillanura ramajera
Los prados abundantes de
vegetación y los pastizales de la penillanura arribeña son los protagonistas de
esta etapa en la que el Camino Natural discurre por parte de la comarca de La
Ramajería, en el límite más meridional de los Arribes del Duero salmantinos. En
el recorrido, que une las poblaciones de Trabanca y Villarino de los Aires, las
escobas, algunos rebollos y extensos herbazales dominan el paisaje. Este
terreno de apariencia árida esconde una gran actividad y no resultará difícil
observar el vuelo majestuoso de algún ave rapaz en busca de alimento.
Itinerario
Trabanca – Villarino de los Aires
Recorrido
De Trabanca a Villarino de
los Aires | 9,5 Km. – 2 h. 10 min.
Trabanca, situada en el
cruce de caminos que une el norte y el sur de la provincia de Salamanca, es la
puerta de entrada a los arribes salmantinos. Atestiguan su antigüedad los
vestigios preromanos y romanos hallados en el pago de San Pablo. En las calles
de Trabanca todavía perdura la arquitectura popular de piedra, conservada a
pesar del paso del tiempo. Sobre el pueblo se eleva majestuosa la torre de la
Iglesia de la Asunción, construida en el año 1685, en la que destaca su esbelto
campanario.
La
Rivera de la Pescadera
La etapa se inicia en la
localidad de Trabanca, junto a la carretera que une esta población con Cabeza
de Faramontanos. La Senda del Duero abandona el casar de Trabanca por un
estrecho callejo bloqueado por una portera de madera. Después de franquearla,
el Camino Natural se introduce en un mar de retamas negras (Cytisus scoparius),
en el paraje de Los Cotorrones, y desemboca en la Rivera de la Pescadera donde
confluyen varios regatos.
El itinerario avanza por la
vaguada del Arroyo de Matalamula, que se salva por una pontonera de piedras
alineadas. El paisaje desolado de la penillanura se muestra lleno de vida
porque el agua mantiene fresco el pasto de los herbazales de las riveras donde
pacen las vacas y ovejas.
La ruta asciende el suave
valle por un pastizal salpicado de retamas. Un poco después, en las
inmediaciones de una charca, el Camino Natural alcanza una pista y gira a la
izquierda. Ahora avanzan por una zona densa de retamas negras, interrumpidas
ocasionalmente por pastizales o por la presencia de grandes berrocales de
granito. El caminante disfrutará de la soledad del raso acompañado por el trino
de picogordos (Coccothraustes coccothraustes), alcaudones (Lanius senator) y
gorriones morunos (Passer hispaniolensis).
El
paraje encantado
Al llegar a un cruce, la
Senda del Duero gira a la derecha y toma el Camino del Contumero. En la
penillanura arribeña el horizonte se halla despejado, como un paisaje
estepario. Por doquier afloran los berruecos y su erosión crea una ciudad
encantada de formas caprichosas donde las peñas adquieren tal singularidad
que toman nombre: Peña Campana, Peña Tinajina, Peña Viva. Éstas sirven de
posadero a las aves, como la collalba rubia (Oenanthe hispanica), el cernícalo
vulgar (Falco tinnunculus) o el busardo ratonero (Buteo buteo)
El trazado se acomoda a la
sinuosidad de la penillanura y después de pasar por dos curvas seguidas llega a
una bifurcación. La Senda del Duero toma el camino de la derecha conocido como
Camino del Pilo o Camino de San Roque que, tras cruzar un paso canadiense, se
adentra en un espacio agropecuario donde las cortinas dominan el paisaje. En
las fincas valladas crecen encinas (Quercus ilex), rebollos (Quercus
pirenaica), retamas negras y tomillos (Thymus sp.) entre tolmos y berrocales
graníticos. Inmediatamente el camino desciende por la ladera del arribe
buscando la población de Villarino de los Aires. De manera paulatina aparecen
fincas de cultivo con olivos y viñedos, y entre los rebollos y los berruecos
surgen los chozos de los pastores. Aunque son muy abundantes, son tan variados
que el viajero podrá concluir que cada casito es único.
Los
chozos o casitos
Los chozos de pastores o
casitos son construcciones de piedra, sin argamasa, edificados por los pastores
para cobijarse durante el día, o incluso la noche, cuando las condiciones
climatológicas impedían el regreso al hogar. En ocasiones vivían en ellos
familias enteras.
También se utilizaron como
guardaviñas y como almacén de aperos de labranza. Estas construcciones, de
forma circular o cuadrada, terminadas la más de las veces en una falsa bóveda
hecha a base de lajas de piedra que se cierran progresivamente hasta cerrar el
techo, aparecen diseminadas por toda la comarca y muchos expertos consideran
que son pervivencias de las viviendas preromanas de origen neolítico.
Una variedad en miniatura
son los chiviteros, propios para recoger a los chivos y a los corderos muy
frecuentes en otros tiempos. Más entidad tienen las casetas, con plantas
rectangulares. Finalmente, la expresión mínima de estas construcciones es
el arrimacho, un simple refugio contra los temporales.
Los más bellos ejemplares de
chozo se pueden admirar en la parte occidental de la comarca, especialmente en
Fermoselle, Trabanca y Villarino de los Aires donde existe una gran variedad:
de planta circular, cuadrada, adosados o múltiples.
La
Bodega de Amable
Una sucesión de continuas
revueltas y sucesivos cambios de pendiente caracterizan el último tramo del
sendero que discurre encajonado entre muros de piedra. Después de atravesar un
paraje de frondosas huertas la Senda del Duero cruza de nuevo un paso canadiense
y desemboca en una pista que desciende hasta Villarino de los Aires.
Dentro de la localidad, el viajero puede solicitar en la Oficina de Turismo la visita a un lugar de gran interés etnográfico: La Bodega de Amable, una antigua bodega, completamente restaurada, donde se elaboraba de forma tradicional el reconocido vino de los Arribes del Duero.